La leyenda de los Cuervos
Cuenta la leyenda que, en los tiempos de Alfonso I de Portugal, el Castillo de Leiria era muy codiciado entre los invasores debido a su ubicación estratégica.
Un día, el rey fue sorprendido por un regimiento de castellanos y ordenó a sus soldados que cercasen el castillo.
Cuando se dieron cuenta de que estaban en clara desventaja numérica ante las tropas enemigas, los soldados portugueses se vinieron abajo.
Entonces, un cuervo que se posó en las ramas de un pino, justo encima del ejército amedrantado, empezó a agitar las alas y a graznar, y aumentó la intensidad cuando empezó la batalla.
Lo inusitado de esta situación se convirtió en un buen presagio para los soldados y les dio el coraje necesario para salir victoriosos.
Por ello, en memoria de este acontecimiento, el escudo de la ciudad de Leiria tiene dos cuervos negros.
La leyenda de la Princesa Zara
Cuenta la leyenda que, hace mucho tiempo, el rey Alfonso I de Portugal estaba conquistando tierras moriscas cuando tomó Leiria con su ejército. Allí, erigió un castillo y siguió su ruta hacia el sur para continuar la conquista.
Los moriscos, que sabían que la guardia del castillo era débil, regresaron y reconquistaron la ciudad, de la cual nombraron guardián a un viejo morisco que vivía con su bella hija Zara, de ojos verdes y cabellos dorados.
Un día, cuando estaba anocheciendo, la morisca peinaba a su padre junto a la ventana del castillo y, de repente, avistó movimientos extraños en el arrabal, como si los matorrales se estuviesen desplazando con un rumbo incierto.
Entonces, la bella princesa le preguntó a su anciano padre:
– Padre, ¿los matorrales se mueven?»
A lo que el anciano respondió:
– Claro que sí, hija. Se mueven si alguien los lleva.
Efectivamente, eran los guerreros del rey, que estaban avanzando cautelosamente hacia el castillo, camuflados con los matorrales que iban cortando para no ser descubiertos.
Cerca de la conocida como puerta de la traición, atacaron la fortaleza y volvieron a conquistarla.
De la bella princesa y de su anciano padre, nunca más se supo.
Amor y Cegovim
Cuenta la leyenda que, en uno de los largos paseos a caballo por los alrededores de la ciudad de Leiria, el rey D. Dionís se cruzó con una campesina tan bella que se enamoró de ella al instante. Y allí, entre floridos campos, surgió un gran amor.
Las visitas del rey a su gran amor se hicieron habituales y famosas en la zona, por lo que las gentes empezaron a llamar a «Amor» a ese lugar.
Cuando este amor llegó a oídos de la reina, esta quiso demostrarle su reprobación y, una noche, mandó iluminar el camino por el que el rey tenía que pasar para volver a Leiria.
Dionís, cuando vio su sendero iluminado con antorchas, comprendió que aquello era producto del descontento de la reina Isabel. Entonces, exclamó:
– ¡Hasta aquí ciego vine!
Esta historia es el origen de los nombres de las dos las localidades: Amor y Cegovim (en portugués, ‘ciego vine’). Esta última, por la evolución natural del habla popular, se ha transformado en Cegodim.
El milagro de las rosas
Cuenta la leyenda que la reina Santa Isabel, conocida por su amor a los más desfavorecidos y gran caridad, tenía por hábito entregar grandes limosnas a los pobres de los arrabales, algo que iba contra la voluntad del rey D. Dionís.
Un día, la reina, cuando se dirigía a una de sus ofrendas y llevaba en el regazo una gran cantidad de panes para repartirlos entre los más pobres, fue sorprendida cerca de la villa de Monte Real por el rey, que le preguntó que qué llevaba en el manto.
Ella le respondió de inmediato:
– ¡Son rosas, señor!
El rey, desconfiado, volvió a preguntar:
– ¿Rosas en enero?
Entonces, la reina se abrió el manto para dejar caer los panes, que se habían transformado en preciosas rosas.